lunes, 20 de abril de 2020

El tiempo como recurso educativo

Partiendo de la idea de que el tiempo es un recurso más en los procesos de enseñanza-aprendizaje, en este artículo planteo, desde unas reflexiones sobre su situación actual, unas propuestas concretas acerca de cómo utilizarlo como recurso educativo en el contexto del aula y del centro.

Si en alguna aseveración estaríamos de acuerdo, sería en la consideración de que nos falta tiempo para conseguir y hacer todo lo que pretendemos en principio. Uno de los principales problemas con que nos encontramos en la actualidad reside en la utilización adecuada del tiempo de que disponemos. Pero no voy a insistir en esa línea del discurso, por otra parte ya muy manida, sino que me voy a fijar en la consideración del tiempo como un recurso educativo, como un recurso que incide de forma importante en el aprendizaje de los alumnos.

En muchas ocasiones aceptamos como indiscutible la distribución del tiempo que se hace desde instancias normativas. Desde la jornada escolar hasta la distribución en horas del currículo, desde las enseñanzas mínimas y la propia comunidad autónoma, pasando por la uniformidad del horario de los alumnos y de los profesores, se determina un modo inflexible, uniforme y descontextualizado de entender la enseñanza, constituyendo marcos que condicionan totalmente el aprendizaje de los alumnos.

Debemos considerar el tiempo como un recurso totalmente diferente a los demás, ya que es atípico, inexorable, indispensable, no elástico e insustituible. No podemos ahorrarlo ni sustituirlo ni alargarlo. Tampoco debemos olvidar que estamos en una sociedad extremadamente compleja y cambiante, en la que el tiempo ya no puede pensarse de la misma manera que antes, hay que adaptar los ritmos y secuencias del tiempo a las nuevas necesidades educativas y sociales. El tiempo escolar no se puede sustraer a la sociedad en la que está inmerso.



Variables que condicionan su organización en el aula y en el centro

Podríamos comentar tres criterios como referentes para la utilización y organización del tiempo en el ámbito del aula y del centro: higiénicos, pedagógicos y socioculturales. .

Desde el punto de vista higiénico, habría que diferenciar lo que sería el tiempo real y el tiempo útil. Hay que tener en cuenta que, tomando como referencia primaria, en las cinco o seis horas que están los alumnos en el centro hay bastantes tiempos muertos e imprevistos. De todos modos, los días centrales de la semana podrían ser los más adecuados para un mayor rendimiento, el tiempo continuado de actividad oscilaría entre los 15-20 minutos para los niños de 6-7 años y los 40-50 minutos para los de 12-14 años, y la localización de las áreas o materias deberían respetar el grado de fatiga —se entiende que lengua y matemáticas exigen un esfuerzo mayor—. «Según Testu (1994), para la mayoría de los alumnos europeos (alemanes, ingleses, franceses y españoles) de 10-11 años el nivel de vigilancia fluctúa según el perfil, ya clásico, establecido por Gates y Blake, y podemos considerarlo como el perfil característico de una buena sincronización entre el ritmo vigilia-sueño y las disposiciones del tiempo escolar y extraescolar, de una buena adaptación del empleo del tiempo de la jornada escolar y del tiempo semanal a los ritmos propios de los alumnos. La atención presenta un aumento de su eficiencia en el curso de la mañana, con un pico máximo al final de la mañana, una bajada al inicio de la tarde y una recuperación que se estabiliza al final de la tarde» (Díaz Morales, 2002, p. 30).. 

Desde el punto de vista pedagógico,sería muy interesante alternar el tipo y la duración en las actividades y unidades de trabajo, incorporar espacios de libre disposición posibilitando que los alumnos organicen parte de su tiempo, así como facilitar agrupamientos entre clases y entre ciclos. Es importante tener presente que el horario debería supeditarse a la actividad prevista y no al revés, así como que las necesidades del alumnado deberían ser la única referencia para la estructuración del tiempo.. 

Desde el punto de vista sociocultural, las características del centro —rural o urbano, con transporte, comedor, etc.—, las costumbres sociales o las necesidades específicas de la zona deberían permitir tiempos flexibles y descentralizados que respondieran a las necesidades de cada contexto. Estas circunstancias son las que deberían determinar el tipo de jornada y no los intereses de profesores y padres.

Propuestas para una utilización coherente del tiempo

La distribución del tiempo y del espacio debería ser flexible. Como principio irrenunciable deberíamos tratar de romper con las estructuras rígidas e inamovibles en la organización del horario. Tanto la jornada escolar como la estructuración del tiempo a lo largo de la semana deberían responder siempre a contextos concretos y, es más, considerar la disposición de espacios temporales no estructurados para poder realizar actividades no previstas en la planificación inicial. 

La jornada escolar está ligada al tiempo de los alumnos y de los profesores, ya que es determinante de ambos, y lógicamente incide en el tiempo de los padres. Por ello es importante partir de la autonomía de cada centro para poder decidir aquella jornada que responda a las necesidades de los diferentes colectivos que componen su comunidad educativa.

 Si queremos respetar el ritmo vital y de aprendizaje de nuestros alumnos, tendríamos que estructurar la organización temporal en ciclos amplios en los cuales el alumno se pudiera mover con una cierta flexibilidad. En lugar de tener como referente los tiempos de la escuela rural pequeña con sus grupos heterogéneos y diversos, se intenta universalizar estructuras urbanas inflexibles e incoherentes. 

Los periodos de clase deberían ser más amplios, superando los consabidos 50-60 minutos por clase, evitando la atomización de las disciplinas, lo que provoca una fragmentación excesiva de los horarios y del conocimiento. Para poder desarrollar procesos coherentes y completos de aprendizaje, en los que se puedan plantear diferentes tipos de actividades, se necesitan espacios de tiempo amplios.

El tiempo de los profesores y de los alumnos no siempre tendría que ser el mismo. Profesionales de diferentes ámbitos van a entrar cada vez más en el centro educativo. Educadores sociales, educadores de tiempo libre, animadores socioculturales, monitores deportivos, etc., significan figuras emergentes que ocuparán espacios de tiempo en nuestros centros. Por lo tanto, se debería deslindar el tiempo de los alumnos, el de los profesores y el de apertura del centro. No tiene por qué coincidir el tiempo escolar de los alumnos con el tiempo laboral del profesorado y, mucho menos, con el tiempo que el centro esté abierto para el servicio de la comunidad. Así, además, podremos conciliar más fácilmente la vida escolar de los alumnos y la vida laboral de los padres, superando la idea restrictiva de que un centro educativo es aquella organización donde unos profesores enseñan a unos alumnos en un tiempo determinado llamado «tiempo escolar». 

Desde el punto de vista del profesorado, una organización racional del tiempo nos va a permitir hacer más cosas en menos tiempo, conseguir los objetivos previstos, disponer de una visión global sobre actividades y proyectos, una disminución del estrés, menos errores y olvidos, una cierta automotivación para el trabajo y mayor control de los resultados. 

Para ello propongo cuatro referencias de actuación:
Respetar espacios personales, en los que uno aprenda a disfrutar de los momentos libres y de ocio.. Tomar la decisión de planificartanto los espacios de enseñanza-aprendizaje como los demás espacios de trabajo, evitando el miedo a ciertos problemas, no dando largas a las cuestiones importantes —sustituyéndolas por las urgentes— y temporalizando los diferentes pasos.. 
Romper las tareas abrumadoras en trozos manejables, comprometiéndose a realizar una tarea de arranque..
Respetar el tiempo de los demás, sobre todo optimizando el tiempo de las diferentes reuniones

Optimicemos el tiempo

Optimicemos el tiempo de que disponemos para dedicarlo a lo que realmente merece la pena. Menos tiempo para pensar cómo controlar al «revoltoso» y más para planificar en equipo las clases; menos tiempo para explicar al grupo y más para atender individualmente y con calma a nuestros alumnos; menos tiempo para enviar «misivas» a los padres y más para hablar personalmente con ellos; menos tiempo para tratar de llegar al último tema del libro de texto y más para globalizar y personalizar los aprendizajes; menos tiempo para reuniones interminables y más para debatir y compartir lo que estamos haciendo; y, desde luego, menos tiempo para leer y cumplimentar escritos administrativos y más para leer el último artículo que nos puede hacer reflexionar y pensar.
En suma, el tiempo es un recurso más que puede incidir en gran manera en los procesos de enseñanza-aprendizaje, posibilitando según su utilización y organización escuelas que respondan a las demandas de nuestra sociedad o que sean una rémora en su desarrollo.

Referencia bibliográfica
DÍAZ MORALES, J.F. (2002): «La atención en la escuela: variaciones de dos tipos de jornada». Seminario Internacional Complutense Ritmos Psicológicos y Jornada Escolar, 5 y 6 de abril de 2002. Madrid. Disponible en: (Enero 2007).
José Luis Bernal Agudo Universidad de Zaragoza 

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